Salvar la memoria (crónicas de Jiguaní III)

Escrito por: Diana Iglesias Aguilar

Me recibe con los brazos abiertos y llorando su dolor. Un dolor desgarrante, profundo, alucinante cómo puede ser el dolor de perder un eje de vida.

Ella es una mujer donde convergen la ternura y la fuerza. Dueña de la imaginación y la palabra precisa pero lo que vive por estos días es inenarrable. Al pálido sol que asoma luego de la noche más negra, saca las revistas, los libros, como cosas sagradas. Hay que salvar la memoria. Aquí vivió el escritor, historiador, profesor Sergio Frómeta Suárez  fallecido el 31 de mayo último.

Su hija, la escritora e intelectual Débora Frómeta está emocionalmente destrozada de pensar que Sergio hubiera sufrido la crecida del rio que alcanzó su cama de postrado, los muebles de toda la casa enchumbados en el agua fangosa. Ahora hay caos y dolor en aquel hogar, cómo en muchos porque con palabras no se recuperarán de las pérdidas materiales. Ni aunque escriba cien libros.

Sin embargo con la dulzura de madre, olvidándose de ella misma, Débora protege los periódicos donde su única  hija periodista hizo los pininos de reportera, mojado el pliego aún, me muestra un recorte donde se anuncia que la muchacha firmó un artículo y otro dónde recibió un premio literario.

De golpe aparece el primer libro editado al maestro Sergio, allá por 2003, en ediciones territoriales de la provincia. Son una joya. Delis, poeta, narrador, amigo y discípulo de Sergio mitiga la nostalgia y va limpiando de fango lo que encuentra a su paso en aquella casa ya sin su dueño original.

Débora sabe que nada volverá a ser igual, los colchones olerán a humedad, a miedo, al terror de ahogarse en el río compañero de cada día que baja silencioso por el patio del barrio. Ella ha salvado los libros, los recuerdos, las fotos dispersas se orean para ser preservadas.

En lo más alto del maltrecho armario (maltrecho e inflado por el agua) hay una cajita discreta con los ejemplares del testimonio «Sangre y dolor de abril. Jiguaní 1958», editados por la casa Río de oro en República Dominicana. Sergio lo pudo manosear antes de partir a la eternidad.
Un ejemplar va a mis manos. También debo preservar la memoria.

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