Lucía Muñoz o el esplendor de la poesía

Tomado de Granma

Síntesis y modernidad confluyen de manera indisoluble en la lírica de nuestra bayamesa impar. Con más de 20 libros publicados dentro y fuera de Cuba, los versos de Lucía liberan, tan pronto se ingresa a ellos, reminiscencias estilísticas de una tradición admirable, que ella recupera para el presente mediante sutiles imágenes y registros tonales de intensa hondura, donde nos parece escuchar las lejanas cadencias de Luisa Pérez de Zambrana, Mercedes Matamoros, María Luisa Milanés, y, en el pasado siglo, Dulce María Loynaz, junto a varias voces de la poesía universal: Te adueñas de mi noche, / soy otra vez una muchacha / sonriendo mientras caen las estrellas / y los gorriones alisan su grisura en la pared. (Dueño de la noche).

Esta singularidad, apreciable en el prístino decir de Lucía Muñoz (Bayamo, 1953), el cuidado de la escritura, la aprehensión de la naturaleza como cómplice del alma y la viva defensa del amor, la erigen en una poeta distintiva dentro de su tendencia, aquella que se diera a conocer en los años 80 y en lustros posteriores. Tales notas no desentonan con su esencial modernidad, por el contrario, le imprimen a sus versos un aire más fino, en especial cuando ciertas circunstancias le exigen acercarse más al entorno por medio del discurso conversacional: Estas manos de amar la casa / de poner en orden los desatinos, / de limpiar vasijas sucias, / el pisoteado suelo, / de tender al viento / los pañales de mi hija. // Estas manos feas / pueden cortar rosas / y alegrarte los días. (Para mis manos de ama de casa)

En Lucía, como bien ha expresado su compañero de vida, el también poeta y narrador Luis Carlos Suárez, tal distinción escrituraria no es forzada, nace de forma natural, deviene –nunca mejor ejemplificado– su poética personal. Aquella que, parafraseando a un escritor chileno, pudiéramos identificar como la difícil sencillez del arte de poetizar.

Su acendrado lirismo nos atrapa sin esfuerzo, al tiempo que recrea asuntos tan importantes como el amor, en todas las formas, sobre todo el de la pareja; la familia: los padres, los hijos, el compañero; la soledad; la poesía; la nostalgia; las pérdidas irreparables: el padre, la madre: cómo quisiera abrazarla/ decirle al oído/ no ha pasado tanto tiempo, / que simplemente / en esta mañana la extraño (Mi madre viene en la noche); la solidaridad; la injusticia; la naturaleza: el mar, el río, los gorriones, el caracol; el sexo; el dolor; la cotidianidad; el acontecer; el silencio; el simbolismo del agua; entre otras inquietudes: Nada como la lluvia/ sobre el viejo tejado de mi casa/ nada como el silencio / mientras nos buscamos/ en el espejo del agua. (Saudade)

La modernidad asoma en los poemas de Lucía por todos los poros del texto con el sentido actual: el versolibrismo, la ausencia estrófica, enumeraciones de esencia, la poesía en prosa, los juegos rítmicos, el coloquialismo, la intertextualidad, la libre expresión del erotismo, entre otros elementos intencionados por los textos de esta importantísima creadora de nuestro tiempo que, con toda razón, ha sido identificada como la novia de Bayamo: Busco en esos sueños / tu boca tibia y húmeda / en que me pierdo, / abismo que devora mi cuerpo, / beso a beso, / mordida a mordida. (Piel de flamboyanes, IV)

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