La Bayamesa

Rodaje del video clip de "La Bayamesa". Foto: Juan Carlos Borjas.

Texto de José Maceo Verdecia
Bayamo, lejano aún a la hoguera que iba a inflamarse en 1868,1 adiestraba en silencio los remos potentes de aquella bandada de cóndores que tan alto iban a volar en el cielo de la patria, congestionada la retina por todas las visiones del Arte y de la Ciencia. La sociedad de aquellos días se deslizaba tranquilamente entre el fausto y la riqueza, halagada por el acento de sus poetas y las melodías de sus músicos. ¡Época feliz en que un buen verso conquistaba el aplauso y una canción llenaba de amor el corazón de sus mujeres!
Entre las muchas diversiones de que disponía la juventud de aquellos días para su esparcimiento, descollaba la costumbre, heredada de los árabes por sus progenitores, de cantar, en las medias noches, ante las rejas de sus novias y aún simplemente de sus amigas. Después de la salida del teatro, de cada velada de “La Filarmónica” o de cada sarao familiar, nada le seducía tanto como acudir a las ventanas de sus damas y allí, bajo el palio de los cielos tachonados de astros, gemir amores en las estrofas de las canciones entonadas magistralmente, entre el sollozo de los violines o el llanto vivo de la guitarra.
La noche del 18 de marzo del año 1848,2 un grupo de amigos, José Fornaris, Francisco Castillo Moreno, Carlos Manuel de Céspedes y Carlos Pérez, se detuvieron en el Parque,3 después de haber presenciado una representación dramática en el teatro, situado, en aquella época, al lado del Parque y en la planta baja de “La Filarmónica”.4 Allí, cambiando impresiones y planeando la serenata correspondiente a esa noche, exclamó Francisco Castillo Moreno, dirigiéndose a Céspedes y a Fornaris:
—Invito a ustedes, que son poetas, a escribir una canción que deseo dedicarle a mi novia;5 pero quisiera que fuese netamente bayamesa. Yo me encargaría de ponerle música.
Fama tenía Castillo Moreno, entre la juventud, por las composiciones
que llevaba hechas, matizadas de una tristeza lánguida y tranquila, de
acuerdo con el ambiente de la época.
—Aceptado —exclamó Céspedes tan pronto como Castillo Moreno puntualizó su proposición; y dirigiéndose a Fornaris, le dijo:
—A tí, Pepe, te toca la letra. Pancho y yo le pondremos música.
Aceptó Fornaris y tornaron a acordar la serenata habitual; momentos después abandonaron el Parque.6
En aquella misma noche inició Fornaris su labor y a la mañana siguiente
puso en manos de sus amigos los siguientes versos de la canción,
titulados con el sugestivo nombre de:
LA BAYAMESA
¿No recuerdas gentil bayamesa
que tú fuiste mi sol refulgente,
y risueño en tu lánguida frente
blando beso imprimí con ardor?
¿No recuerdas que un tiempo dichoso
me extasié con tu pura belleza,
y en tu seno doblé la cabeza,
moribundo de dicha y amor?
Ven, asoma a tu reja sonriendo;
ven, y escucha, amorosa, mi canto;
ven, no duermas, acude a mi llanto,
pon alivio a mi negro dolor.
Recordando las glorias pasadas,
disipemos, mi bien, la tristeza,
y doblemos los dos la cabeza
moribundos de dicha y amor!
El poeta había triunfado. Superando el anhelo del compositor, había engarzado con maestría insuperable, con repujado gusto de orfebre, el amor tiernísimo de la amada con el amor ardoroso de la patria, sumida en el negro caos de la opresión y la servidumbre.
Como lo prometieron, Céspedes y Castillo Moreno compusieron la música, y en la madrugada del 27 de marzo, cabe las rejas de la amada de Castillo Moreno,7 en la calle de “El Salvador”, guiada por la voz magnífica de Carlos Pérez, acompañando a la de los tres amigos, resonaron por primera vez bajo el cielo de Bayamo, las indescriptibles, las románticas notas de “La Bayamesa”.
*
Los pueblos siempre, en el
transcurso de su evolución, buscan en el canto de sus poetas y en las
melodías de sus músicos, la manifestación natural de su sentimiento; y
éstos a la vez, por medio de la intuición que les caracteriza, no hacen
más que captar de la propia alma del pueblo, bien en el molde del verso o
en las líneas del pentagrama, el soplo sutil de ese sentimiento, que
luego ha de brotar de todas las almas como manifestación espontánea de
la alegría o la tristeza, de la cólera o del ardor bélico que les
embarga.
En los días precursores de la revolución de 1868, fue
“La Bayamesa”, por su letra y música sugerentes, ambas exposición feliz
del sentimiento del pueblo, el canto obligado de todas las almas; la que
iba fijando en el corazón de los bayameses la necesidad imperiosa de la
protesta como único medio de terminar con la tiranía del Gobierno de
España en Cuba. En bailes y en veladas, en serenatas y en saraos, tanto
en la calle como en el seno de los hogares, su misión era la de cultivar
ese sentimiento liberativo, la de sembrar esos ideales y así lo
cumplió, ajustada a la letra romántica de sus versos, hasta que fue
sustituida, ya en plena acción revolucionaria, por otro canto, titulado
también “La Bayamesa”, que despertaba no el recuerdo de los días libres
de la raza aborigen, como era su motivo oculto, sino que imponía el
arrebato ferviente de la propia libertad, llamando al pueblo a la acción
airada del combate: el himno de “Perucho” Figueredo.
Sustituida la queja dolorosa del recuerdo por el grito vibrante de la
protesta, se acallaron un tanto sus notas, si bien es verdad que con
igual amor brotaron de los corazones, embargados por el júbilo de la
victoria. El himno de Figueredo con el torrente avasallador de sus
sonidos era, en esos momentos, el intérprete de los sentimientos del
pueblo. La revolución, consolidada por el triunfo de la toma de la
ciudad, sólo escuchaba sus pífanos gloriosos, hechos ya al estrépito del
combate y a los vítores de la conquista.
Empero se impusieron
los días trágicos de la derrota de las fuerzas de Donato Mármol en “El
Saladillo” y del avance del Conde de Valmaseda, y a los vítores del
triunfo le sucedieron los silencios del sacrificio. En gesto no igualado
se transformó en una pira la ciudad, prendida en llamas por sus propios
hijos, hasta quedar convertida en un montón de escombros, demostración
palmaria y evidente de la decisión de los patriotas, de obtener la
libertad o perecer en la demanda. El éxodo se impuso y la que fue una
sociedad refinada y culta, del lujo y la riqueza, del regalo y la
abundancia, pasó en breves horas al dolor y al infortunio. El cálido
hogar pletórico de bienandanzas quedó sustituido por la soledad de los
bosques, cuajados de privaciones, acechanzas y peligros.
Y en
esos días tétricos de errante deambular por las montañas, acosados los
patriotas por la continua presencia del enemigo implacable, la canción
amada de los días hogareños volvió a brotar de todos los labios, pero no
como antes en versos de amor quintaesenciado, sino en estrofas de
rebeldías vigorosas, aunque investidas de la misma queja estoica y
amarga. No eran, no, los versos impecables del poeta, sino otros de
forma no depurada si se quiere, pero no por eso captación menos feliz
del sentimiento que embargaba al pueblo en la manigua y aún en las
propias ciudades, titulados también:
LA BAYAMESA
No recuerdas gentil bayamesa,
que Bayamo fue un sol refulgente,
donde impuso un cubano valiente
con sus manos,8 el pendón tricolor?
No recuerdas que en tiempos pasados
el tirano explotó tu riqueza,
pero ya no levanta cabeza,
moribundo de rabia y temor?
Te quemaron tus hijos; no hay pena,
pues más vale morir con honor,
que servir a un tirano opresor,
que el derecho nos quiere usurpar.
Ya mi Cuba despierta sonriendo,
mientras sufre y padece el tirano
a quien quiere el valiente cubano
arrojar de sus playas de amor…
Transformados así los versos, tornó de nuevo a brotar de todos los labios como una enunciación de esperanza a cuyo mágico conjuro se levantaba la fe y se hacía más amable la vida de aquella legión de almas heroicas que desaparecían acosadas por la fatalidad, entre desiertos y malezas, pero felices al cabo, porque morían en los campos de Cuba libre e independiente.
Citas y notas
1“Lejana aún a la hoguera que iba a inflamarse en l868”. (Cambio introducido por José Maceo Verdecia en la edición de 1941, respecto a la de 1936. En lo adelante J.M.V, 1941)
2“La noche del 18 de marzo del año 1851”. (J.M.V, 1941)
3 A finales de la década del 40 y principios del 50 este espacio público se llamaba Plaza Isabel Segunda. En 1851 se reconocía que se “Reparó la Plaza de Isabel Segunda que estaba muy deteriorada”. Periódico El Redactor, 5 de enero de 1851. Un mes después se planteaba “Bayamo es una población grande de más de 10.000 habitantes, tiene algunos edificios buenos y seguros y se construyeron algunos otros. Tiene un considerable número de iglesias con su correspondientes plazoletas, una bonita Plaza de recreo con el nombre de Isabel II, con cuatro jardines, rodeados de cómodos asientos, y donde se hallan situados la Filarmónica y la Navería, el Teatro, la Cárcel”. Periódico El Redactor, Santiago de Cuba, 22 de febrero de 1857. (Nota crítica introducida en la edición de 2009 por Ludín B. Fonseca García. En lo adelante L.F.G.)
4“situado en la planta baja […]”. (J.M.V, 1941)
5Se ha especulado si Luz Vázquez era esposa de Francisco Castillo Moreno en el momento que se cantó la serenata, pero aún no se han mostrado argumentos concluyentes. Iniciador de esta hipótesis, asumida por diversos autores posteriormente, será Enrique Orlando Lacalle, quién escribió “Esa tierna y melodiosa composición que por más de un siglo, desde la distancia de aquel ayer lejano, ha venido conmoviendo las fibras más sensibles de cuantos la escuchan, estaba dedicada, rompiendo la tradición, a una dama, a una madre, y patrocinada por su esposo”. Enrique Orlando Lacalle y Zauquest: Armonías en la noche (Conferencia inédita). CNC. File Luz Vázquez. (L.F.G.)
6 “[…] habitual. Momentos después abandonaron el Parque”. (J.M.V, 1941)
7 “junto a las rejas de la amada de Castillo Moreno”. (J.M.V, 1941)
8 “[…] con su mano”. (J.M.V, 1941)
Tomado de José Maceo Verdecia: Bayamo. Ediciones Bayamo, 2009, pp.17-20. Edición anotada Ludín B. Fonseca García.
Fuente: Casa de la Nacionalidad Cubana